martes, 20 de agosto de 2013

ÚLTIMA MIGRACIÓN DESDE ERISEA

ÚLTIMA MIGRACIÓN DESDE ERISEA

“EL QUINTO CONTINENTE, REFUGIO FINAL DE LOS ALDEBARANES”

(Texto de ciencia ficción, situado en un futuro cercano, que narra la última anécdota de Ferdinand, un austríaco del siglo XVIII que permanentemente fuera rejuvenecido por los Aldebaranes. Aprovechando que estos últimos deciden materializar la Migración de sus habitantes desde Erisea hacia las Islas Polinésicas y de Micronesia, Ferdinand hace lo suyo y toma el control de una de aquellas, la Isla Jemo –pero situada en un “no tiempo” de un pasado remoto- y construye allí su “reino bendecido”, separándose para siempre de la historia de la humanidad y de la de sus antiguos Jefes, los Aldebaranes)




“¿Cómo no haber reconocido, entre las miríadas de islas de Oceanía, los visos de un olvidado y extinto planeta extraterrestre?” –se preguntaron con posterioridad connotados hombres de ciencia.

Fue así que, aquel atardecer de verano, mientras la Humanidad se dirigía a la deriva sumiéndose –junto a su mal denominada civilización- en el más profundo oscurantismo moral y ético, la prensa internacional se centró en las súbitas oleadas de medianas pero veloces naves que estaban siendo avistadas en las proximidades de las islas pertenecientes a Micronesia y Polinesia. Extrañas formas, de tecnología desconocida, ingresaban a gran velocidad en grandes grupos por los cielos del sur de Chile dirigiéndose hacia las islas de Oceanía para luego –sin previo aviso- desaparecer en el aire, a varios metros sobre el nivel del mar, sin dejar rastro o indicio alguno. Tres días duró este fenómeno, siendo reportado por los medios, luego de los cuales todo regresó a la más absoluta normalidad, silenciándose posteriores noticias que versaban sobre aquel anómalo suceso.

Y aunque pocos lo sabían, Ferdinand (el austríaco del que se ha hablado en relatos anteriores) comprendió que se estaba llevado a efecto la esperada Migración de los Aldebaranes  –exiliados por decenios en Erisea- hacia un área terrestre compatible con aquella que sus, hoy, más de dos millones de habitantes, tuvieron en su extinto planeta Hrusa. Las repetidas hibridaciones y mezclas genéticas entre su gente y la prole humana habían llegado con éxito a su fin. Más, debido a la constante contaminación que regularmente afectaba a la Tierra y por la progresiva dificultad de desinfectar de gérmenes las vías respiratorias de su población (acostumbrada por largas edades al aséptico ambiente de Erisea, su navío solitario) los Aldebaranes y la mayor parte de los Espiganos (que hasta ahora moraban en el frío continente Antártico), determinaron habitar aquellos sectores que otrora pertenecieron a un extinto planetoide extraterrestre que –millones de años en el pasado- colisionó con la Tierra. Pero en lugar de habitarlos en la época actual, la Migración Aldebarán se trasladó hacia un “tiempo remoto”, cuando aquellas tierras eran más propicias, tanto en la pureza de su aire como en la riqueza de sus insumos.     

En efecto, hasta hace unos 250 millones de años atrás, la Tierra tenía tan sólo dos tercios del volumen actual, con días y noches más cortos, cuya línea del ecuador coincidía plenamente con la eclíptica, por lo que no existía inclinación alguna en el eje terrestre. En aquel entonces, nuestro planeta no era la “gema azul” que hoy vemos, sino más bien un mundo gris, con océanos de menor extensión (aunque profundos), con heladas aguas, si bien de menor salinidad a la actual.

Más, el azul, acuoso y errante planetoide eyectado de su originario sistema, conocido por los Aldebaranes como Jemo –tras vagar por milenios en la sempiterna oscuridad del espacio sin soles- terminó su aciago viaje colisionando la Tierra con una descomunal fuerza, que logró partir en dos partes el hasta entonces único supercontinente denominado Pangea: Laurasia hacia el norte y Gondwana hacia el Sur, separados ambos continentes por el llamado Mar de Tetis. Como resultado del impacto con Jemo la masa de la Tierra aumentó considerablemente, su eje se inclinó similar al del planeta Marte dando lugar a las cuatro estaciones del año, alargándose los días (que, por conservación del momento angular, al incrementarse la masa terrestre enlentece su velocidad de rotación); mientras que los fracturados continentes terminaron plegándose hacia el lado contrario del impacto, dejando despejado –al final del proceso- el punto de penetración del planetoide, con grandes extensiones del forastero cuerpo levemente sumergidas dentro de un extenso, diáfano pero salino océano azul. Y aunque por millones de años el cuerpo principal de Jemo permaneció profundamente incrustado en la Tierra, hace unos 23 millones de años atrás, debido a la deriva de los continentes, aquella planetaria superficie extraterrestre (primero como montes submarinos para luego dar cabida a incontables y bellas islas) comenzó a emerger junto con aquellas de sus semillas que por millones de años permanecieran en estado de letargo aguardando las condiciones climáticas propicias. Así, aquel extenso territorio extraterrestre se convertiría, con el paso de los años, en el denominado quinto continente, en el continente de Oceanía; siendo las islas extraterrestres aquellas que hoy forman buena parte de Melanesia, más aquellas principalmente de Micronesia y Polinesia.  

De igual forma, y prefiriendo suelos salinos para su crecimiento y desarrollándose con temperaturas entre 28º y 30ºC durante el día con medias térmicas nocturnas no inferiores a 22ºC, más una humedad relativa del aire superior al 60%, germinaron las semillas extraterrestres que los seres humanos han clasificado como “cocos nucifera”, mejor conocido como “cocotero” o Palma de Cocos.







Si bien pocos entre los más sabios lo cuentan, los Aldebaranes conocen –a ciencia cierta- que tras las grandes colisiones y explosiones, que despliegan cuantiosa energía, se originan verdaderas “grietas o ranuras temporales” en el entorno inmediato deformando el espacio tiempo que rodea el área sobre la cual se ha provocado el “evento cataclísmico”. Para Espiganos y Aldebaranes, ello tiene una utilidad práctica, mirado desde un punto de vista tecnológico, puesto que garantiza a un viajero o explorador el que aún hoy pueda hallar exactamente la misma zona geográfica que ahora es posible apreciar pero en un tiempo remoto, de un pasado que quizá pueda situarse en varios miles de años atrás, con prístinos bosques y afluentes, cascadas, flora nativa e inmaculada, etc. empero sin la presencia de algún tipo de civilización (porque, como ya se ha explicado en anteriores artículos de ciencia ficción, por una razón que aún desconocen, en aquellas regiones del “no tiempo” sólo permanece el reino mineral y el vegetal, con total ausencia de animales y seres humanos, todo lo cual permite al explorador poblar aquella región a su entero gusto y arbitrio, transformando literalmente el lugar en un “mundo perdido”).

Sabedor de ello, durante años Ferdinand hizo lo suyo silenciosamente y tras encontrar una “grieta temporal” en una zona distante a unos pocos cientos de metros de las costas de la Isla Jemo (cuyo nombre curiosamente recuerda el olvidado planetoide) –que hoy la descendencia de Joachim deBrum mantiene bajo su cuidado y tutela- el austríaco del siglo XVIII fue poblándola a su arbitrio, pero en secreto, llevando finalmente consigo a quien se convertiría en su tercera y última esposa (sólo que ahora llevaba consigo, como nunca antes, el conocimiento de la Ciencia del Rejuvenecimiento y la técnica de la cura de enfermedades degenerativas). Tras estudiar por años el cocotero –entre otras plantas endémicas-, Ferdinand y sus colaboradores habían descubierto que tanto en aquella planta como en sus frutos estaban los ingredientes básicos para restablecer los desgastados telómeros celulares, al mismo tiempo que el líquido interior del Coco (un suero fisiológico natural) permitía tanto la limpieza como el reemplazo de la sangre. Tras haber aprendido por más de doscientos cincuenta años de sus Jefes, los Aldebaranes y de los científicos asociados a los Espiganos, Ferdinand intuyó que había llegado el momento de separar caminos comunes y proseguir con su particular investigación (ya que, al fin y al cabo, Ferdinand era un ciudadano, como se expuso en relatos anteriores, proveniente del futuro)     

Aunque todavía le es posible a uno caminar sólo, o con unos pocos de sus amistades, por aquellas desiertas y suaves arenas de las centenares y bellas islas polinésicas y de Micronesia que aún quedan sin ser holladas o que en ellas el ser humano haya puesto pie en forma permanente, no obstante los Aldebaranes (y algunos de los Espiganos) decidieron tomar el control de todas aquellas islas del Pacífico pero en un “no tiempo” incrustado en un remoto pasado, sin seres humanos, sin contaminación ambiental, pero –por sobre todo- sin los temidos y mortales parásitos, virus y microbios que irremediablemente han acompañado por millardos de años a toda civilización humanas.

Y fue así que –agobiados y decepcionados del escaso entendimiento del Hombre y de su inestable actuar, cuya dureza en la comprensión de una civilización basada en el Bien Común sorprendía- desde aquel Día de la Migración de Erisea hacia las paradisíacas islas de Oceanía, los Aldebaranes, Aldebardianos y Espiganos, “penetraron” en este “reino oculto” (para ellos, un Reino Bendecido), dejando a su suerte a la raza humana, con lo cual los caminos de estos últimos con los de los primeros se separaron definitivamente y de quienes, la historia humana futura, ya no hablará más.

(Fin de la saga de Ferdinand) 



1 comentario:

  1. Me recuerda cuando Conan Doyle mató a Sherlock Holmes por medio de Moriarty.
    Mi comentario es: que vuelva Ferdinand

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